III
A última hora de la tarde Manuel
sabía que esa misma noche entraría en
servicio, saldría de Barcelona y, posiblemente, no volvería nunca más. Tenía
que ir a buscar al poeta Antonio Machado y la familia que con él vivía. Rodrigo
tendría que esperar más, pues le habían asignado evacuar a un alto dirigente
del gobierno.
Antes de la medianoche, Manuel, al
volante de un Hispano Suiza, se presentó en Torre Castañer, siguiendo
instrucciones del Dr. José Puche, director General de Sanidad; la familia
Machado ya le estaba esperando. Don Antonio con un traje impecable, recién
planchado, de color azul; estaban también su madre doña Ana, su hermano José y su cuñada Matea. En la casa había un ambiente
de tristeza que nadie podía disimular; todos sabían que ese viaje era el último
que iban a emprender por tierras de España, y que el futuro se presentaba
incierto y muy preocupante. Un exilio, que como dijo don Antonio, era a lo que
se dirigían, siempre abre interrogantes en la vida de cada uno difíciles de
responder. Don Antonio se sentó delante, junto a Manuel, y su familia en los
asientos traseros. Iba en silencio como si tratara de absorber de un solo trago
las últimas imágenes de una Barcelona a oscuras y llena de cicatrices por los
bombardeos incesantes. Se dirigían a la delegación del Ministerio de Sanidad, y
por la ventanilla se podían ver columnas de gente, que con sus enseres a
cuestas también abandonaban la ciudad. Estas imágenes de la derrota republicana afectaron al poeta, que se
revolvía incómodo en su asiento.
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