Una historia bien contada, de las que impactan al lector y le hacen partícipe de las barbarie de los tiempos de guerra: el exilio, el hambre, el cansancio, la muerte, las injusticias… Aventuras y viajes que llevarán al lector a entender como vivían unos jóvenes milicianos que simplemente soñaban con la libertad y que en su camino hacia el exilio se cruzarán con varios personajes históricos de la Guerra Civil: Manuel Azaña y Antonio Machado, entre otros, antes de llegar a sus destinos: París y Nueva York, donde se darán cuenta que sus vidas han cambiado para siempre, y ya nunca volverán a ser los mismos.

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lunes, 9 de diciembre de 2013

1º y 2º Párrafo del 3er. Capítulo

III

            A última hora de la tarde Manuel sabía que esa  misma noche entraría en servicio, saldría de Barcelona y, posiblemente, no volvería nunca más. Tenía que ir a buscar al poeta Antonio Machado y la familia que con él vivía. Rodrigo tendría que esperar más, pues le habían asignado evacuar a un alto dirigente del gobierno.
            Antes de la medianoche, Manuel, al volante de un Hispano Suiza, se presentó en Torre Castañer, siguiendo instrucciones del Dr. José Puche, director General de Sanidad; la familia Machado ya le estaba esperando. Don Antonio con un traje impecable, recién planchado, de color azul; estaban también su madre doña Ana, su hermano José y su cuñada Matea. En la casa había un ambiente de tristeza que nadie podía disimular; todos sabían que ese viaje era el último que iban a emprender por tierras de España, y que el futuro se presentaba incierto y muy preocupante. Un exilio, que como dijo don Antonio, era a lo que se dirigían, siempre abre interrogantes en la vida de cada uno difíciles de responder. Don Antonio se sentó delante, junto a Manuel, y su familia en los asientos traseros. Iba en silencio como si tratara de absorber de un solo trago las últimas imágenes de una Barcelona a oscuras y llena de cicatrices por los bombardeos incesantes. Se dirigían a la delegación del Ministerio de Sanidad, y por la ventanilla se podían ver columnas de gente, que con sus enseres a cuestas también abandonaban la ciudad. Estas imágenes de la  derrota republicana afectaron al poeta, que se revolvía incómodo en su asiento.

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